Las personas estamos compuestas por el cuerpo, la mente y el espíritu. E interactuamos en tres grandes reinos o escenarios: el individuo (mundo interior, las conversaciones con uno mismo, nuestros pensamientos, etc.); la comunidad o las demás personas, con las que interactuamos a través de comportamientos, lenguaje, intereses comunes, etc. Y, finalmente, la naturaleza, o el mundo físico en el que los productos, los artefactos, los resultados económicos y en general, lo material, hacen sentido y son útiles.
He tenido oportunidad de conversar con un considerable número de gerentes y directores de empresas, y rara vez su pensamiento abarca estos tres escenarios desde la mirada empresarial. Si acaso lo hicieran, el orden es exactamente inverso: están preocupados – y algunos hasta ocupados – en la obtención de resultados, hitos o productos.
A fuerza de crisis o de presión, algunos han dedicado su atención a la interacción entre las personas dentro de las empresas. Pocas, poquísimas son las personas que, ocupando un cargo estratégico, llegan a considerar la dimensión individual, propia, de sus colaboradores y de la empresa.
Sin embargo, se espera que las personas (en roles de líderes, gerentes, directores, colaboradores y hasta proveedores) interactúen entre sí para lograr un resultado. En esta interacción, los intereses, el lenguaje, los supuestos acuerdos son completamente dispares y los resultados son frustrantes o apenas aceptables.
Vale aclarar que estoy generalizando a los efectos de lograr mi punto; tengo ejemplos brillantes de interacciones sumamente exitosas, óptimas y efectivas.
Ejemplifico con casos de la vida real: malentendidos sobre plazos de entrega, que afectan el producto o resultado final, fricciones negativas entre equipos de trabajo, trato inadecuado a un cliente molesto, para citar los de “baja escala”.
Estos conflictos – que terminan teniendo un impacto cuyo valor monetario es difícilmente calculable – son producto de un viejo paradigma empresarial alejado de la dimensión “individual”, y generalmente expresado como “ese no es mi problema”, “lo que haga fuera del horario laboral, no es asunto mío” o expresiones por la misma línea.
Comulgo con la filosofía de que, para poder avanzar exitosamente hacia una economía que hoy se define como colaborativa, digital y terriblemente cambiante, el aspecto individual o intrínseco de las personas debe estar en la ecuación: para tener un propósito empresarial trascendental (que a la larga implica rentabilidad y sustentabilidad), es fundamental considerar primero el aspecto individual y la dimensión esencial de nuestra empresa, de nuestros stakeholders y colaboradores.
¿Pero cuál es tal aspecto que tanto ocupa esta columna? Sencillamente, los valores, comportamientos y motivaciones de las personas, y por consiguiente, de la empresa de la que forman parte.
¿Cómo tenemos certeza de los valores que sustentan los comportamientos de nuestros proveedores, colaboradores, líderes o inclusive, gerentes y directivos?, ¿cómo sabemos que estos comportamientos están efectivamente alineados a nuestro propósito como empresa y a nuestra “manera de hacer las cosas” y viceversa?, ¿de qué manera garantizamos que los valores de los líderes de nuestras empresas son los mismos sobre los cuales queremos construir nuestra operación?
Me ha tocado participar de procesos de selección de alto nivel y he encontrado pocas empresas han podido definir con precisión cuáles son los valores fundamentales que requieren de sus futuros colaboradores.
La mayoría habla de sus habilidades, capacidades y experiencias, pero no está claro si el valor de la “honestidad” o de la “humildad” es requerido para formar parte de su equipo, o inclusive, es necesario para el rol que va a desempeñar. Lo más escuchado fue “queremos gente comprometida”, sin lograr claridad sobre lo que es el compromiso y cómo se obtiene.
En cualquier caso, los resultados que las empresas buscan y sobre los cuales requieren basar su éxito en el futuro, se circunscribe a la interacción entre los valores de cada persona, la forma de hacer las cosas (cultura) y la manera de relacionarse unos entre otros.
Los resultados dependen de la calidad de los diálogos en cada una de estas dimensiones. El dominio personal es el componente imprescindible para lograr resultados positivos y sostenibles.
¿Tenés claro que valores rigen la manera de hacer las cosas en tu empresa? Si es así, ¿cómo se traducen tales valores al día a día?
Artículo proveído por Karen Coronel, Lead Talent Strategist de Grow Solutions
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